La Cuestión de Olivença |
UsurpaciónEl 20 de enero de 1801, España, de manera cínica y astutamente concertada con la Francia napoleónica, sin ningún pretexto o motivo válido, declara la guerra a Portugal y, el 20 de mayo, invade nuestro territorio, ocupando gran parte del Alto Alentejo, en la infame y astuta "Guerra de las Naranjas". Bajo el mando del «Generalísimo» Manuel Godoy, favorito de la reina, las tropas españolas sitian y toman Olivença. En esa situación, vencido por las exigencias de Napoleón y Carlos IV, sometido por la desproporción de fuerzas, Portugal fue obligado a firmar el mencionado Tratado de Badajoz el 6 de junio, cediendo a las demandas de Napoleón Bonaparte y Carlos IV, reconociéndole a "la amiga y vecina" España, "en calidad de conquista", la "Plaza de Olivença, su territorio y pueblos desde el Guadiana". Con los ejércitos francés y español amenazando con aumentar las acciones de fuerza contra el territorio portugués que habían ocupado parcialmente, se violó el principio según el cual los negocios jurídicos solo son válidos cuando se verifica la libre manifestación de la voluntad de las partes. Portugal firmó el Tratado de Badajoz, no en ejercicio de su plena libertad, sino coaccionado a hacerlo bajo amenaza de fuerza. El 6 de junio de 1801, se confirmó formalmente un puro acto de bandolerismo y latrocinio, una simple y ejemplar manifestación de la ley del más fuerte, y era en esa tierra, en Olivença, que se pretendía borrar una historia, un idioma, una tradición, una cultura, una comunidad. Olivença, entonces una de las tierras más profundamente portuguesas, reconocida como parte del reino de Portugal por el Tratado de Alcanices, en 1297, junto con Almeida, Sabugal, Pinhel, Campo Maior, Ouguela, Juromenha y otras localidades, Olivença que participó con toda la nación portuguesa en la formación y consolidación del reino, en las glorias y miserias de los Descubrimientos, en la tragedia de Alcácer-Quibir, en la Restauración, Olivença que también vivió el florecimiento de una cultura nacional, un idioma, un Fernão Lopes, un Gil Vicente, un Camões. Pero el Tratado de Badajoz también estipulaba que la violación de cualquiera de sus artículos por cualquiera de las partes contratantes conduciría a su anulación, lo cual ocurrió cuando se firmó el Tratado de Fontainebleau el 27 de octubre de 1807 y la posterior invasión francoespañola de Portugal. El príncipe regente, al llegar a Brasil, declaró nulo el diploma de Badajoz el 1 de mayo de 1808. Después de derrotar las ambiciones franco-napoleónicas, Europa se reunió en el Congreso de Viena, que se inauguró en septiembre de 1814. Allí estaban representadas las principales potencias: Inglaterra, Austria, Prusia y Rusia, pero también Portugal, España, Suecia, así como la derrotada Francia. Formaban el «Comité de los Ocho», que sería el órgano principal del congreso. Los trabajos se prolongarían hasta el año siguiente, y el Acta Final se firmó el 9 de junio ("Le Congrès de Vienne", Robert Ouvrard). Junto a las firmas de los representantes de Austria (Metternich), Francia (Talleyrand), Inglaterra, Prusia, Rusia y Suecia, figuraba la de D. Pedro de Sousa Holstein, futuro Duque de Palmela, jefe de la delegación portuguesa. España, que no lo hizo de inmediato, también acabaría suscribiendo el Acta el 7 de mayo de 1817. Del Congreso de Viena, surgiría una nueva «nueva orden europea» que, respaldada por lo establecido en el Acta Final, egularía el continente durante casi medio siglo y lo preservaría de la guerra. El Acta del Congreso de Viena, en su artículo 105, prescribía: «Les Puissances, reconnaissant la justice des réclamations formées par S. A. R. le prince régent de Portugal e du Brésil, sur la ville d’Olivenza et les autres territoires cédés à la Espagne par le traité de Badajoz de 1801, et envisageant la restitution de ces objets, comme une des mesures propres à assurer entre les deux royaumes de la péninsule, cette bonne harmonie complète et stable dont la conservation dans toutes les parties de l’Europe a été le but constant de leurs arrangements, s’engagent formellement à employer dans les voies de conciliation leurs efforts les plus efficaces, afin que la rétrocession desdits territoires en faveur du Portugal soi effectuée ; et les puissances reconnaissent, autant qu’il dépend de chacune d’elles, que cet arrangement doit avoir lieu au plus tôt». Era, de este modo, formal y definitivamente excluida cualquier fuerza jurídica que se presumiera resultar de tratados anteriores que entraran en conflicto con la nueva «Nueva Carta Magna Europea». En particular, un tal «Tratado de Badajoz» que fue extorsionado a Portugal, por la fuerza conjunta de las entonces aliadas Francia napoleónica y España borbónica, las cuales, en uno de los actos más astutos y viles de todo el período de las Campañas Napoleónicas, y sin ningún pretexto o motivo válido, incluso frente al Derecho Internacional de entonces, decidieron someter a nuestro país. Para ello, se ordenó al reino vecino que nos invadiera el 20 de mayo de 1801, tomando Olivença, Juromenha y muchas otras poblaciones del Alto Alentejo. Era la «Guerra de las Naranjas», ideada por Manuel Godoy, "Príncipe de la Paz", un acto de guerra traicionero y artero, desde el principio por parte de una potencia "amiga y vecina". Sin embargo, es cierto que, mejor o peor, la diplomacia portuguesa lograba que la «Asamblea General» de las potencias europeas consagrara, en el instrumento más solemne que produjo, que España no tenía legitimidad para retener Olivença, antes se reconocía "la justicia de las reclamaciones formuladas por S.A.R., el Príncipe Regente de Portugal y Brasil sobre la villa de Olivença y otros territorios" y que las potencias se obligaban a "sus más eficaces esfuerzos para que se efectúe la retrocesión de dichos territorios a favor de Portugal". Repítase: el 7 de mayo de 1817, también España firmaría dicho tratado. Transcurridos dos siglos desde su reconocimiento, ante la comunidad internacional, de la ilegitimidad de su posesión sobre las tierras oliventinas y la justeza de las reclamaciones portuguesas, es cierto que el Estado vecino no supo honrar su palabra y, peor aún, jamás supo ser digno del carácter altivo y noble que, siempre, pretende presentar como intrínseco. Más recientemente (enero de 2001), visitando el Presidente del Gobierno de España nuestro país, entrevistado en la prensa portuguesa y siendo recordado, de manera clara e incisiva, que "hay cuestiones que generan susceptibilidades (...) que se plantean desde hace décadas, como es el caso de los límites fronterizos, especialmente en el caso de Olivença", le faltó el coraje para responder. Hablando de todo lo que, en su ilustre opinión, importaba a Portugal y España, nunca y nada respondió sobre Olivença. Con el descaro típico de un castellano de la Meseta, entendió antes decirnos, como si la cuestión fuera tan simple, que "todo eso no tiene nada que ver con los viejos discursos de reivindicaciones anticuadas, porque ya no reflejan la realidad democrática". Esta observación, ¡asómbrese!, después de, en la misma entrevista y con abundancia, haber tomado posiciones diametralmente opuestas respecto a la reivindicación que el Estado que representa viene haciendo con respecto a Gibraltar. Téngase en cuenta: Gibraltar, que fue «recuperada de los moros» por Castilla en 1462 y fue cedida a Inglaterra en 1713 por el Tratado de Utrecht (cuya validez, frente al Derecho Internacional, nunca fue cuestionada por nadie, ni siquiera por España), estuvo bajo la dependencia de España durante unos 250 años, mucho menos tiempo del que es británica. Mientras tanto, en Olivença, ininterrumpidamente portuguesa, extorsionada «manu militari», extorsión no reconocida internacionalmente, todo, ya sea la Historia, la cultura, las tradiciones, el idioma, a pesar de la brutal, persistente e insidiosa represión castellanizante (si todo hubiera sucedido en el siglo XX no habría reparo en hablar de genocidio), permanece, tanto en lo más profundo como en la superficie, lleno de portugalidad. ¿Entonces, pretende el Estado español convencernos de que las reclamaciones de Portugal sobre una parte de su territorio, ocupado militarmente por una potencia extranjera, ocupación que el Derecho de las Naciones no respaldó, se configuran como «discursos anticuados», al mismo tiempo que, descaradamente, defiende que Gibraltar es «la única colonia en Europa» cuando, frente al Derecho Internacional, es innegablemente británica? ¿Por qué la diferencia? Está bien expuesta ante la opinión pública portuguesa, que suele ser tan inocente y crédula, especialmente en lo que respecta a las relaciones entre estados, ya sean vecinos o amigos, distantes o enemigos, que España no tiene reparos en sostener los argumentos más falaces si son para la defensa de sus intereses, mientras que ni siquiera escucha los argumentos más pertinentes y válidos si juegan en su contra. Mientras tanto, si de lo expuesto se demuestra, en cuanto a la «Cuestión de Olivença», la incomodidad del tema para España, así como su falta de razón y la inexistencia de argumentos a su favor, al mismo tiempo, para nuestra desgracia, se demuestra una parecida incomodidad entre las esferas gubernamentales portuguesas. Desgracia porque, al no hacer saber el Gobierno portugués a España, con determinación, que pretende y no renunciará a readquirir la soberanía de facto sobre Olivença, practicando para ello los gestos más apropiados, de ahí solo resulta desprestigio para Portugal, al igual que transmite al Estado vecino la señal más clara de debilidad. El Gobierno portugués, al no señalar y repudiar la situación inicua en que se encuentra Olivença, al no actuar con desembarazo en tal asunto, se presenta como si todo fuera resultado de una dependencia o sumisión de los gobernantes portugueses respecto al Estado vecino. Aun así, queda, para explicar la inmovilidad e inoperancia de nuestras élites en lo que respecta a la defensa de los derechos de Portugal sobre Olivença, una parte del territorio patrio, una culpa más prosaica y colectiva, como sugirió Oliveira Martins en 1879 (Historia de Portugal). Citemos: "De ahí viene el caso, quizás único en Europa, de un pueblo que no solo desconoce el patriotismo, que no solo ignora el sentimiento espontáneo de respeto y amor por sus tradiciones, por sus instituciones, por sus hombres superiores; que no solo vive copiando (...) de manera servil e indiscreta; que no solo carece de un alma social, sino que se complace en burlarse de sí mismo, con los nombres más ridículos y el desprecio más burlesco. Cuando una nación se condena por boca de sus propios hijos, es difícil, si no imposible, vislumbrar el futuro de quienes han perdido de tal manera la conciencia de la dignidad colectiva". |
LitigioEn las pocas ocasiones en que la «Cuestión de Olivença» es tema de conversación o noticia en los medios, se observa que el asunto, además de ser considerado menos relevante, incluso risible, genera los mayores malentendidos y está envuelto en un marcado desconocimiento. Especialmente en lo que respecta a la legitimidad y pertinencia de la soberanía portuguesa... Ver más |
LegislaciónEncuentre en esta sección la legislación y las normas internacionales legitimadoras de la posición portuguesa. Ver más |
Rádio Observador: Programa «Conversas à Quinta»Edición 3 de julio de 2015 En relación con los 200 años del Congreso de Viena, el programa «Conversas à Quinta» de Radio Observador también habla del Duque de Palmela, el gran diplomático portugués que logró, por ejemplo, que España se comprometiera a devolvernos Olivença. |
RTP: Programa «Pontos Nos Ís»Edición de 9 de Marzo 2010 Olivença es una cuestión incómoda. Incómoda para el poder instituido, incómoda para los grupos económicos que tienen actividades comerciales con España, incómoda para algunos periodistas olvidados de sus deberes deontológicos, incómoda para toda una sociedad que ya ve como lejanas la idea y práctica de la honra. A pesar del silencio político y mediático al que muchos la han sometido, a pesar del aparente desinterés que las autoridades nacionales le otorgan, la «Cuestión de Olivença» se presenta cada vez más como actual y como un obstáculo insuperable en las relaciones luso-españolas. |